FOSTER, HAROLD
Los príncipes no pueden renunciar a sus responsabilidades. Esto loaprende el indolente enamorado Hardwick, que fantaseó con renunciar asu herencia de gobierno por el amor de una plebeya, y en esa lecciónmoral quizá vemos el deseo inconsciente de Hal Foster, ya anciano, deplantearse cómo será el futuro de su serie cuando él ya no esté alfrente.La vida sigue y nuevos personajes entran y salen de escena. Algunos,irónicamente parecidos a unos juveniles Val y Aleta.La llamada del deber a la que Valiente no puede renunciar lo lleva arescatar a Sir Gawain de la esclavitud, aunque tenga que hacerseesclavo él mismo.Y, mientras tanto, un príncipe Arn despierta a la edad adulta ydescubre que también puede haber peligro en una cara bonita.